Guía de viaje III:
Una nueva mirada global tras la pandemia

Yoel seguía en Santiago, haciendo crecer un proyecto ilusionante en el que tantas mujeres se formaban para poder atender a los niños y niñas del círculo infantil. Pero al llegar toda esta situación y con las escuelas cerradas, sintió la necesidad de estar cerca de su familia y amistades. Hacía ya tiempo que no volvía a El Cobre para verlos, aunque siempre estaban en sus pensamientos. Sobre todo, la Tía Caridad ¡qué raro sigue siendo pensar que ya no está! Había aprendido tanto de ella que siempre la recordaba con el corazón encendido.

Los transportes se habían vuelto caóticos así que llegar a El Cobre fue toda una odisea, pero ¡qué alegría estar al fin en su hogar! Aunque… ¿Dónde estaban el jolgorio típico y la música que siempre llenaba las calles? Todo estaba tan tranquilo que apenas podía reconocerlo.

Yoel lo tenía claro, mientras estuviese en casa tenía que aprovechar el tiempo con su hermano Manuel. El resto de jóvenes seguían con sus estudios a través de las teleclases. Una alternativa extraordinaria para que todos los niños y niñas pudieran seguir con sus aprendizajes, garantizando así el derecho fundamental a la educación, pero… ¿qué pasaba con las personas con discapacidad? No había herramientas para ellos y ellas. Manuel escuchaba atentamente el televisor, pero se perdía tantas cosas al no poder ver… “Siento que estoy perdiendo el tiempo” le decía a su hermana.

Sin embargo, no había tiempo que perder, había tantas necesidades que atender ahí fuera… Yoel siempre tenía ideas rondándole la cabeza, así que propuso un plan. Sin siquiera saber en qué consistía, Manuel se sumó a la iniciativa.

Desde ese día dedicaron sus mañanas a llevar alimentos a las personas más vulnerables, especialmente mayores, que no podían salir de sus casas. Pero lo más enriquecedor no era repartir la comida, sino poder compartir esas pequeñas conversaciones, lograr que se sintiesen en compañía.